El síndrome del intestino irritable (SII) es un trastorno por el que consulta al médico, en torno al 10% de la población en nuestra área. El diagnóstico lo puede realizar un médico tras realizar una recogida de información y una exploración física sencilla que descarte enfermedades con una clara alteración estructural y una analítica de sangre sin alteraciones. Los signos y síntomas suelen incluir: dolor abdominal, hinchazón, cambios en la frecuencia de la evacuación de deposiciones, gases, diarrea y /o estreñimiento; pueden tener una cierta fluctuación, y se mantienen en el tiempo, siendo, por lo tanto, un síndrome crónico con clínica no grave, aunque puede conllevar mucha afectación de la calidad de vida del paciente.
Es frecuente que el paciente no se quede satisfecho ante la ausencia de hallazgos orgánicos, lo que le genera una sensación de que hay que seguir buscando una causa para sus síntomas, y suelen continuar con esa búsqueda que acaba nuevamente con resultado de “no hallazgos patológicos” o bien “resultados dentro de la normalidad” que genera estados emocionales que deben ser identificados por el paciente y bien gestionados (entre otros: enfado por pruebas que no son concluyentes, tristeza por no encontrar una causa única que justifique el malestar, impotencia, frustración, etc…). Es importante que el paciente conozca que el síndrome de intestino irritable no se asocia a mayor riesgo de cáncer de colon.
Se desconoce la causa de este síndrome lo que contribuye a la insatisfacción en general de las personas que lo presentan.
Es importante que se realice una valoración psiquiátrica para descartar la presencia de trastornos mentales asociados, ya que suelen darse ambos trastornos en paralelo en cualquier secuencia (primero trastorno mental y luego SII o viceversa). Los principales trastornos mentales asociados son los trastornos depresivos y los trastornos de ansiedad relativos o no al trauma. Otros trastornos mentales en los que predomina en el paciente una preocupación por una molestia del cuerpo que no se corresponde con ninguna alteración objetiva en el organismo y cuya causa se presupone psicológica (somatización), trastornos de personalidad y los trastornos de la conducta alimentaria pueden asociarse al SII con frecuencias considerables.
Algunas personas pueden controlar los síntomas con cambios en la alimentación, el estilo de vida, así como en la adquisición de estrategias para el afrontamiento del estrés. Dependiendo de la presencia o no de trastornos mentales asociados el médico y/o psiquiatra valorará la necesidad de prescribir un psicofármaco.
Los ensayos clínicos apuntan a varios tipos de psicoterapia (cognitivo conductual, psicodinámica), yoga, entrenamientos en relajación, algunos probióticos, la hipnosis, y cierto tipo de antidepresivos (algunos ejemplos: citalopram, sertralina, amitriptilina) pueden contribuir a una mayor estabilidad del paciente tanto en sus síntomas de salud mental como en sus síntomas digestivos (donde también pueden ser indicados pautas alimentarias concretas, empleo de laxantes o antidiarreicos, o bien prescripción de espasmolíticos (fármacos que alivian los espasmos musculares tensión y/o rigidez de los músculos del aparato digestivo para el alivio del dolor abdominal)
Por último, en ambos trastornos: SII y trastornos mentales se han descrito alteraciones en la interocepción, que tiene que ver con la capacidad de percibir aspectos internos de uno mismo, en mi opinión, el trabajo psicoeducativo en la identificación y regulación de sus estados emocionales puede marcar diferencias en su calidad de vida.